Era una bonita tarde de invierno. De esas que te dejan la nariz como cuando sales del baño de tu discoteca favorita (eh! pillín...), con lluvia y un aire que, por compasión, no te congelaba los pulmones de milagro. El cielo desprendía un tono grisáceo oscuro radiante de felicidad. La belleza de la naturaleza inundaba a los ciudadanos de Mierdápolis, que todos, y cada uno de ellos, sonreían hacia abajo.
Sonreían hacia abajo mientras continuaban con sus más que interesantes vidas. Vidas llenas de compromisos. Compromisos llenos de justicia e igualdad. Compromisos que exprimían, hasta la última gota, de la juventud que les había quedado después de conseguir su primer trabajo fijo (o, cómo en el caso de la mayoría, de perderlo).
Allí se encontraba nuestro amigo y protagonista Concien, Concien Ciaso Cialya, sentado en un banco de cualquier calle, con sus dos amigos, Pales Tinali Bre y Abaj Occi Dente, que se habían reunido después de su turno de trabajo. Algo raro pasaba con estas tres personas. Ellos no eran como el resto. Ellos eran diferentes, y no parecían haberlo elegido por su cuenta.
Como tal vez no podáis observar, ya os lo cuento yo. Estaban sonriendo hacia arriba, sí. Algo que cada vez se veía menos en la ciudad de Mierdápolis. Hablaban y charlaban con una extrema confianza, debían ser amigos de la infancia. Aun así, la gente los miraba raro, los miraba mal. Cómo si hubiesen hecho algo malo.
Aahhh... Ya alcanzo a comprender, mis queriditos, escasos o nulos lectores... Ya comprendo porque los ciudadanos de Mierdápolis miraban mal a nuestros amigos. Y es que ellos no eran capaces de sonreír hacia arriba, habían perdido esa capacidad. Igual que habían perdido a todos los amigos de su infancia porque cometieron el grave error de creerse superiores por llegar a la adultez. Cometieron el grave error de dar por sentado que están en este mundo para morir.
No quiero que nadie malinterprete mis palabras. Nuestros amigos Concien, Pales y Abaj también han cometido errores a lo largo de su vida, y no siempre sonríen hacia arriba. No trato de demostrar que sean perfectos ni mucho menos, porque no lo son. Trato de demostrarles Que ellos siguen vivos. Mierdápolis, en su burbuja de libertad controlada y de sonrisas hacia abajo, no había conseguido acabar con nuestros tres amigos.
A ellos aun les quedaba el cerebro.