martes, agosto 23

Mierdápolis. Capítulo 1: Concien, Pales y Abaj.


Era una bonita tarde de invierno. De esas que te dejan la nariz como cuando sales del baño de tu discoteca favorita (eh! pillín...), con lluvia y un aire que, por compasión, no te congelaba los pulmones de milagro. El cielo desprendía un tono grisáceo oscuro radiante de felicidad. La belleza de la naturaleza inundaba a los ciudadanos de Mierdápolis, que todos, y cada uno de ellos, sonreían hacia abajo. 

Sonreían hacia abajo mientras continuaban con sus más que interesantes vidas. Vidas llenas de compromisos. Compromisos llenos de justicia e igualdad. Compromisos que exprimían, hasta la última gota, de la juventud que les había quedado después de conseguir su primer trabajo fijo (o, cómo en el caso de la mayoría, de perderlo).

Allí se encontraba nuestro amigo y protagonista Concien, Concien Ciaso Cialya, sentado en un banco de cualquier calle, con sus dos amigos, Pales Tinali Bre y Abaj Occi Dente, que se habían reunido después de su turno de trabajo. Algo raro pasaba con estas tres personas. Ellos no eran como el resto. Ellos eran diferentes, y no parecían haberlo elegido por su cuenta.

Como tal vez no podáis observar, ya os lo cuento yo. Estaban sonriendo hacia arriba, sí. Algo que cada vez se veía menos en la ciudad de Mierdápolis. Hablaban y charlaban con una extrema confianza, debían ser amigos de la infancia. Aun así, la gente los miraba raro, los miraba mal. Cómo si hubiesen hecho algo malo. 

Aahhh... Ya alcanzo a comprender, mis queriditos, escasos o nulos lectores... Ya comprendo porque los ciudadanos de Mierdápolis miraban mal a nuestros amigos. Y es que ellos no eran capaces de sonreír hacia arriba, habían perdido esa capacidad. Igual que habían perdido a todos los amigos de su infancia porque cometieron el grave error de creerse superiores por llegar a la adultez. Cometieron el grave error de dar por sentado que están en este mundo para morir.

No quiero que nadie malinterprete mis palabras. Nuestros amigos Concien, Pales y Abaj también han cometido errores a lo largo de su vida, y no siempre sonríen hacia arriba. No trato de demostrar que sean perfectos ni mucho menos, porque no lo son. Trato de demostrarles Que ellos siguen vivos. Mierdápolis, en su burbuja de libertad controlada y de sonrisas hacia abajo, no había conseguido acabar con nuestros tres amigos. 

A ellos aun les quedaba el cerebro.

sábado, agosto 20

Empecemos.



No sé para quien va dirigido esto, pero tengo la sensación de que he de escribirlo. En una sociedad en la que el materialismo está matando nuestra alma, es necesario.
Empecemos. Hoy he mirado a ese árbol, el que siempre ha estado ahí, y sin razón aparente, han entrado en mi mente las siguientes preguntas: “¿Por qué ese árbol tiene hojas?”, “¿Por qué ese árbol nos da la vida?”. Algún biólogo podría contestarme con tecnicismos, pero ese no sería el porqué ni mucho menos, sólo sería el cómo. Tal vez algunos biólogos piensen que pueden acercarse a conocer el porqué de la vida, pero saber que una persona es morena y lleva gafas no te hace conocerla. (Todo mi respeto a los biólogos, xD)
Supongo que escribo todo esto porque no me fio de mi mente. Porque temo que mi mente olvide todas estas ideas.
¿De verdad mis ideas (si es que puedo decir que son mías) tienen el valor suficiente como para ser escritas? Lo dudo mucho. No me creo ni mucho menos único, eso sería terrible. La soledad que alberga la unicidad sería demasiado para mi mente. Además, es imposible que sea único, ni yo ni cualquier persona que actualmente viva dentro de un sistema, sea cual sea. Ya que desde el primer día de nuestro nacimiento estamos recogiendo información ajena a nuestro cerebro.
La unicidad, bajo mi punto de vista, requiere un ambiente asocial, un ambiente sin sistema (o en contra de éste), un ambiente en el que todos los cerebros debiesen crecer por sí mismos y sin influencias, desde mi punto de vista, la mayoría negativas. En ese ambiente podría destacar una mente única. Y no lo digo por decir.
 Pero cuando empezase a destacar cualquier persona, llegaría el sistema haciendo gala de su (falsa) generosidad, e intentaría sacar dinero de este cerebro que alberga el Don.