sábado, diciembre 24

Debes ser una persona de provecho.

Siempre nos dicen que estudiemos para ser una persona de provecho, para ser una persona de la que alguien pueda sacar provecho. Yo no soy un producto que alguien pueda obtener para sacar beneficios. Estudia para lograr un mejor trabajo, un trabajo en el que el patrón te infravalore. El patrón sacará beneficios de ti, te usará; la empresa sacara beneficios del patrón, lo usará; y los bancos, el sistema, sacará beneficio de la empresa, nos usará a todos.

El sistema hace daño de muchas maneras: te roba, te mata… pero, tal vez la forma más retorcida en que te hiera sea deprimiéndote.  Cuando el sistema te roba, te hace daño, pero al fin y al cabo, nos roba a diario y nosotros lo pasamos por alto. Si te mata, no crea dolor en ti, es más, lo deshace, aunque crea dolor a tu alrededor, un dolor que se reparte. Pero, y si te deprime? Cuidado, porque aquí estarás sólo. No podrás compartir tu dolor con nadie, porque nadie lo entenderá, cada uno tiene su visión de las cosas, y nunca está dispuesto a cambiarla, ni aunque sea por un segundo para poder entenderte. Te encontrarás solo, y el sistema no ha tenido ni que sudar. El sistema te ha dejado tumbado en la lona sin percatarse de tu existencia, como vas a salir de esto ?

Gracias a Dios, el ser humano es el culpable de todo esto, y yo, como ser humano, soy capaz de apartar la depresión que me impone el sistema y abofetearle en la cara, de verdad que puedo. Soy capaz, al igual que tú, de vencer al sistema, pero nos han atado los pies con miedo y con miedo vivimos.

Me cortaré los pies. Lo juro.

jueves, septiembre 1

Mierdápolis. Capítulo 2: Civilización o moral.

El calor de la multitudinaria civilización o el frío de la cada vez más escasa moral.
 Así es, mi querido lector (si es que alguien lee esto). No lo he escrito mal ni me he confundido al expresarme. Estoy diciendo que la civilización es antónima a la moral. Por qué? Tal vez tú ya lo sepas, por lo que me lo explicaré a mí mismo.
La civilización, en este caso Mierdápolis, la ciudad de nuestros amigos;  vive en el centro de todo. Bueno, en realidad no, pero así lo creen. La civilización áctual es antinatura, y el que crea lo contrario que le pregunte a los animales que antes vivian bajo el campo sobre el que hoy se levanta su casa. Estamos obligados desde el primer segundo de nuestras vidas a pertenecer a esta civilización, y moldean nuestro cerebro de tal forma, que nos sea casi imposible dejarla por nuestros propios pies.
Moldean nuestro cerebro, como moldean SU moral. Han moldeado  SU moral y le han dado forma de papel, al que la mayoría llama dinero. Como ya podíais sospechar alguno de vosotros, ¡Oh! Mis nulos lectores, todo se rige por el dinero en Mierdápolis.
El ser humano está en peligro de exstinción. Los Mercedes y los trajes caros están cometiendo el mayor genocidio de la historia. Se han llevado a millones y millones de personas al otro barrio. Al barrio fiscal.
Era Sábado por la mañana, y nuestros amigos se disponían a quedar en el viejo parque donde siempre se reunían. Concien, Pales y Abaj eran de los pocos ciudadanos de Mierdápolis que aun conocían la moral.
Concien llegó el primero al parque, y fue con su perro, Bush. Bush era un perro de pelo blanco, bastante vago. Un Shar pei al que le gustaba que le lanzasen zapatos en general. Se divertía esquivándolos y recogiéndolos. Era un perro extraño. El perro hizo sus cosas en la zona para perros y a continuación se sentó a la vera del banco en el que siempre se sentaba Concien y sus amigos. A los 5 minutos llego Abaj, y al cabo del poco tiempo Pales.
Se saludaron como siempre, con un simple “Eyyy!” sin convencionalismos ni falsedades. Establecieron una conversación muy amena. Fumaban porros. Al parecer eso estaba muy mal visto en Mierdápolis. Por lo visto era deporte regional criticar el cannabis mientras te bebías un whisky a las 10 de la mañana.
Ahí estaban, en el parque al que llevaban llendo unos 15 años, y nunca había problemas con los padres de los niños, ya que en ese parque ya no había niños. La inocencia escaseaba en Mierdápolis.
Este segundo capítulo no va a ser nada excepcional ni extraordinario, simplemente es el sábado de unos chavales, ya entrados en los veinte, que sabían seguir pasándoselo como el primer día sin recurrir a simplezas capitalistas. Ellos sabían que la unión para vencer al sístema era algo digno de los mejores sueños. Pero sabían, que, al igual que la civilización creía en SU moral, ellos creían en SU unión.
Allí acabaron su día, en el parque de siempre, haciendo lo de siempre. Disfrutando de la poca libertad que la civilización da a la naturaleza. Disfrutando de la poca libertad que la civilización nos da antes de convertirnos en robots mal programados que llaman “adultos”.

martes, agosto 23

Mierdápolis. Capítulo 1: Concien, Pales y Abaj.


Era una bonita tarde de invierno. De esas que te dejan la nariz como cuando sales del baño de tu discoteca favorita (eh! pillín...), con lluvia y un aire que, por compasión, no te congelaba los pulmones de milagro. El cielo desprendía un tono grisáceo oscuro radiante de felicidad. La belleza de la naturaleza inundaba a los ciudadanos de Mierdápolis, que todos, y cada uno de ellos, sonreían hacia abajo. 

Sonreían hacia abajo mientras continuaban con sus más que interesantes vidas. Vidas llenas de compromisos. Compromisos llenos de justicia e igualdad. Compromisos que exprimían, hasta la última gota, de la juventud que les había quedado después de conseguir su primer trabajo fijo (o, cómo en el caso de la mayoría, de perderlo).

Allí se encontraba nuestro amigo y protagonista Concien, Concien Ciaso Cialya, sentado en un banco de cualquier calle, con sus dos amigos, Pales Tinali Bre y Abaj Occi Dente, que se habían reunido después de su turno de trabajo. Algo raro pasaba con estas tres personas. Ellos no eran como el resto. Ellos eran diferentes, y no parecían haberlo elegido por su cuenta.

Como tal vez no podáis observar, ya os lo cuento yo. Estaban sonriendo hacia arriba, sí. Algo que cada vez se veía menos en la ciudad de Mierdápolis. Hablaban y charlaban con una extrema confianza, debían ser amigos de la infancia. Aun así, la gente los miraba raro, los miraba mal. Cómo si hubiesen hecho algo malo. 

Aahhh... Ya alcanzo a comprender, mis queriditos, escasos o nulos lectores... Ya comprendo porque los ciudadanos de Mierdápolis miraban mal a nuestros amigos. Y es que ellos no eran capaces de sonreír hacia arriba, habían perdido esa capacidad. Igual que habían perdido a todos los amigos de su infancia porque cometieron el grave error de creerse superiores por llegar a la adultez. Cometieron el grave error de dar por sentado que están en este mundo para morir.

No quiero que nadie malinterprete mis palabras. Nuestros amigos Concien, Pales y Abaj también han cometido errores a lo largo de su vida, y no siempre sonríen hacia arriba. No trato de demostrar que sean perfectos ni mucho menos, porque no lo son. Trato de demostrarles Que ellos siguen vivos. Mierdápolis, en su burbuja de libertad controlada y de sonrisas hacia abajo, no había conseguido acabar con nuestros tres amigos. 

A ellos aun les quedaba el cerebro.

sábado, agosto 20

Empecemos.



No sé para quien va dirigido esto, pero tengo la sensación de que he de escribirlo. En una sociedad en la que el materialismo está matando nuestra alma, es necesario.
Empecemos. Hoy he mirado a ese árbol, el que siempre ha estado ahí, y sin razón aparente, han entrado en mi mente las siguientes preguntas: “¿Por qué ese árbol tiene hojas?”, “¿Por qué ese árbol nos da la vida?”. Algún biólogo podría contestarme con tecnicismos, pero ese no sería el porqué ni mucho menos, sólo sería el cómo. Tal vez algunos biólogos piensen que pueden acercarse a conocer el porqué de la vida, pero saber que una persona es morena y lleva gafas no te hace conocerla. (Todo mi respeto a los biólogos, xD)
Supongo que escribo todo esto porque no me fio de mi mente. Porque temo que mi mente olvide todas estas ideas.
¿De verdad mis ideas (si es que puedo decir que son mías) tienen el valor suficiente como para ser escritas? Lo dudo mucho. No me creo ni mucho menos único, eso sería terrible. La soledad que alberga la unicidad sería demasiado para mi mente. Además, es imposible que sea único, ni yo ni cualquier persona que actualmente viva dentro de un sistema, sea cual sea. Ya que desde el primer día de nuestro nacimiento estamos recogiendo información ajena a nuestro cerebro.
La unicidad, bajo mi punto de vista, requiere un ambiente asocial, un ambiente sin sistema (o en contra de éste), un ambiente en el que todos los cerebros debiesen crecer por sí mismos y sin influencias, desde mi punto de vista, la mayoría negativas. En ese ambiente podría destacar una mente única. Y no lo digo por decir.
 Pero cuando empezase a destacar cualquier persona, llegaría el sistema haciendo gala de su (falsa) generosidad, e intentaría sacar dinero de este cerebro que alberga el Don.